Por María Isabel Triviño
“Dos horas en subir y seis días en bajar. Y en helicóptero”. Así, con una gran dosis de humor mezclada con un dramatismo sobrecogedor, por primera vez la enfermera Nicole Alejandra Ramírez Garrido se allana a contar lo que vivió, al cumplir ocho meses desde que se extravió en el cordillerano sector de Peulla, en la comuna de Puerto Varas, ese martes 26 de octubre.
Desde su rescate, familiares y personas cercanas a esta joven de 29 años han relatado a los diferentes medios de comunicación del país los duros momentos que pasó, desde la tarde cuando cayó al fondo de una quebrada hasta que fue rescatada el domingo 31 de ese mes.
Pese a recibir numerosas invitaciones y llamados, en estos casi ocho meses ella no había querido hablar públicamente del tema.
Sentía que no iban a enfocarse en lo realmente importante y temía un aprovechamiento político, tras la gran figuración mediática de su caso, días antes de la elección presidencial. Y seguía sin querer referirse a su traumática experiencia, que tantas lecciones le ha dejado.
A mediados de este mes de junio, Grupo DiarioSur contactó a Nicole Ramírez, quien accedió a dar su primera entrevista, donde con una conmovedora entereza relata cómo resistió esos seis días, pero también habla del estrés post traumático y del complejo camino para retomar su vida tras este accidente.
“Siento que esto tiene otro enfoque. La gente de Osorno y del sur fue muy importante. Visibilizaron mucho mi caso cuando me estaban buscando y llegaron recursos. Agradezco muchísimo tener un espacio para agradecer a cada una de las personas que nos ayudaron”, destaca.
Subraya que todas las vidas valen y que la búsqueda de una persona no debiera estar supeditada a que su desaparición esté en redes sociales o en las noticias, como ocurrió en su caso.
Acota que incluso algunos pensaron que tenía mucho dinero su familia, que integran su mamá Daniela Garrido, su papá Alberto Jerez, sus hermanos Catalina (20) y Renato (19) y, por supuesto, su pololo Marco Cheuquián, de 35 años.
“Solo soy una enfermera, vengo de una familia humilde de Pudahuel, que es una comuna periférica. Ahora vivo en San Miguel, que es relativamente céntrico, pero no es Las Condes, Providencia ni Vitacura”, comenta la enfermera del Hospital Lucio Córdova, en el área de onco-hematología que atiende a pacientes con patologías como leucemia o linfoma.
Pero, por difícil que parezca, esta no es la primera vez que Nicole ha estado cerca de la muerte. Es la cuarta, para ser más exactos.
Recuerda que cuando tenía 12 años estuvo muy cerca de ahogarse en una playa del litoral central. Se fue muy adentro y la corriente la arrastró. Después de casi una hora de intentarlo, logró salir nadando y con la ayuda de una ola gigante que la botó en la orilla.
Hace cuatro años, casi muere en el incendio de una cabaña en Ensenada. Sí, en esta misma Región de Los Lagos. Era de noche y comenzó a arder una toalla que estaba junto al cañón de la estufa. Justo entre sus amigos había un bombero, quien se despertó con el humo y avisó al resto.
Y, como si fuera poco, sufrió un accidente en Santiago cuando iba en bicicleta. Trató de frenar al percatarse que venía una camioneta, pero no pudo evitar la colisión. Tras el impacto salió volando y cayó de cabeza. Afortunadamente, iba con casco.
“Soy como un gato. Soy bien acontecida y toda mi vida me preparé para este momento”, relata entre risas, haciendo alusión a su desaparición en Peulla, en una hermosa zona ubicada a unos 1.200 metros sobre el nivel del mar y cerca de la frontera con Argentina.
“Esta historia sí tuvo un final feliz, y estoy agradecida de eso”, comenta serena Nicole, quien sobrevivió, literalmente, con lo puesto: un pantalón negro, un peto, una polera manga larga gris, una bandana, calcetines y zapatos. Además, llevaba una botella de agua de aluminio y un celular, que no tenía señal y cuya batería rápidamente se terminó.
Así, cerca de las 14 horas partió rumbo al mirador del sector, tal como había comentado a su pololo Marco Cheuquián. Y, pese a que él le dijo que no siguiera subiendo hacia la laguna Margarita, por el nivel de dificultad que tiene ese sendero y debido a que iba sola.
Pero Nicole quería conocer esa laguna y decidió continuar.
“Era temprano, no me había cansado, era un día lindo. Llegué hasta arriba y no tuve ningún problema. Me demoré, más o menos, dos horas y 15 minutos para llegar hasta el final del trekking. El problema fue a la vuelta”, cuenta al explicar el punto de quiebre que representó su decisión.
Señala que, al retornar al sendero, no estaba tan claro. Había un poco de quilas y era posible desorientarse y perdió la senda, se resbaló y cayó por una quebrada.
Recuerda que se agarró de lo que pudo, mientras se iba arrastrando por la pendiente. Fueron cerca de seis metros, hasta que en un momento quedó colgando de un pie y de cabeza.
Trató de incorporarse, pero se le soltó el pie. Intentó volver a subir por donde había caído, pero la rama que tomó estaba seca, comenzó a quebrarse y ya no había de qué afirmarse.
Cayó otros ocho metros y presume que rebotó en unas quilas que estaban dobladas, lo que amortiguó el impacto que la dejó inconsciente, con esguince en los dos tobillos, una herida en el ojo izquierdo y varios golpes. Sabe que tuvo mucha suerte.
Cuando despertó estaba en el agua, sobre una piedra, en una pequeña cascada. “No era tan profunda ya que, si no me habría ahogado”, reflexiona.
Estaba muy asustada. Veía poco y borroso con el ojo izquierdo. No sabía dónde estaba y le dolía un poco la cabeza.
Tomó su teléfono, pero no tenía señal. Se limpió la herida con agua y ahí permaneció durante tres días. Recordó lo que les dicen a los niños: “si te pierdes, quédate ahí y no te muevas”.
“Sabía que la espera iba a ser larga, porque estaba lejos del camino, ya que había caído muchos metros. No iba a ser ni el primer día ni el segundo, porque siempre se enfocan en buscar primero en el sendero y luego van ampliando la zona de búsqueda”, relata, dando muestras de lo útil que le resultó haber hecho mucho trekking con Marco, quien es guía de turismo y rescatista en Peulla.
Pero una certeza la mantenía en pie y enfocada.
“Conozco a mi pololo y a mi familia. Sabía que me iban a buscar incansablemente hasta que me encontraran, porque él tenía claro hacia dónde había ido. Eso me daba mucha tranquilidad”, expresa la joven, quien destaca que Marco subía ocho veces al día a buscarla, de día y de noche, no comía y no dormía. “Sabía que iba a ser así”, confiesa conmovida.
Señala que la primera noche tuvo mucho frío, porque después de la caída quedó toda mojada.
“No dormía nada en la noche, me frotaba las manos porque soy muy friolenta”, detalla la enfermera, quien añade que durante el día se sacaba zapatos y calcetines, para que se secaran un poco al sol y se los ponía en la noche.
Recuerda muy pocos momentos en que tuvo hambre. Al menos no en el sentido coloquial del término.
“Sí me dolía el estómago y me sonaba mucho, con puntadas muy fuertes. La gente dice que él hambre duele y eso es verdad”, recalca la joven.
Durante esos seis días comió muy poco: básicamente pequeños brotes de helecho, enroscados y rojos. En sus salidas a caminar, su pololo le había dicho que los brotes se podían comer.
“Eran blandos y no tenían mal sabor. No me pasó nada, así que los seguí comiendo. Además, había hojas de pangue (nalca) que sabía que se podían comer, pero estaban secas y me servían solo para taparme”, comenta.
Sin embargo, comenzó a notar los problemas que presentaba el lugar en el que estaba: no le llegaba el sol, era húmedo y se escuchaba una cascada grande y muy fuerte, además de otra pequeña en la que había caído. Todo estaba rodeado de grandes árboles, que complicarían sus posibilidades de ser vista desde el aire; única vía posible para salir de ahí.
Entonces, con mucho cuidado bajó dos o tres metros en la quebrada, buscando un sitio despejado.
Se quedó en un espacio de dos metros por dos metros, donde finalmente fue encontrada. Había una especie de muro de piedra, alerces juveniles no muy altos, agua y brotes cerca. Además, estaba debajo de un árbol que le daba sombra, para no insolarse. Hizo un hoyo en el suelo, ahí se metía y se tapaba con hojas de nalca.
Cuando estaba en el primer lugar, comenzó a tener alucinaciones visuales y auditivas, como un hombre y una mujer hablando de que solo escuchaban la cascada.
Tenía pesadillas con animales que la acechaban; y como no, si en la laguna Margarita había divisado huellas de puma. También veía casas, cementerios, personas vestidas con mamelucos blancos y escuchaba música.
“No sé si era la deshidratación, la hipoglicemia, el golpe en la cabeza, pero todo eso me confundía mucho. Por eso, traté de quedarme quieta y no moverme, hasta que todo se terminara y acabaran las alucinaciones”, relata Nicole.
Esta enfermera reflexiona que uno nunca sabe qué es capaz de hacer, hasta que vive la experiencia.
Está consciente que tuvo mucha suerte, como también tiene muy claro el rol fundamental que jugó el haberse enfocado en lo verdaderamente importante: la familia y los amigos más cercanos, que son “la familia que uno elige”.
“Al final, eso fue lo que me ayudó. Pensar en el resto, como mis motivos para no morirme: volver a ver a mi familia, que eran todo en lo que yo pensaba. Eso me sirvió para activar el modo supervivencia”, explica.
Otro punto a su favor fue su entrenamiento profesional, que le permitió tomar muy buenas decisiones, como no pensar en cosas negativas.
Mientras estuvo en la montaña, tampoco se permitió llorar. Sabía que si empezaba no iba a parar, se iba desesperar y a angustiar, además de deshidratarse, perder sales y calorías. Bloqueó todo, solo tenía frío.
“El ser enfermera me ayudó mucho a manejar las crisis que uno vive constantemente en el trabajo. Desarrollé esa capacidad de pensar en frío, analizar la situación, ver los pasos a seguir, qué debo hacer y qué no puedo hacer”, comenta la profesional.
Y, si bien se sintió muy feliz y muy emocionada cuando la encontraron, no lloró la tarde del domingo 31 de octubre, ni durante los dos a tres días que estuvo en el Hospital de Puerto Montt, internada por los esguinces en ambos tobillos y en observación, por problemas de hidratación y otros derivados de haber estado tantos días sin comer. Era tanta la adrenalina, que tampoco sentía dolores.
Lo complejo vino después, cuando regresó a la Región Metropolitana, a su hogar en la comuna de Pudahuel.
Sintió que la pesadilla había terminado y se relajó. Llegaron los achaques junto a un llanto que la desbordaba. No podía ni siquiera mantenerse de pie. Tanto así que tuvo que andar en silla de ruedas.
Tras muchas horas de terapia, con psicóloga y psiquiatra, ha ido avanzando en cómo abordar el estrés post traumático (ETP) severo, consecuencia de lo vivido en esa quebrada de Peulla.
Fundamental también ha sido su red de apoyo, que integran sus papás, sus hermanos, abuelos, su pololo, primos, suegros y amigos que fueron a Peulla a buscarla.
“Ellos me han ayudado mucho, porque llega un punto en que te sientes súper frágil y vulnerable, todo te afecta, cualquier ruido fuerte, tenía mucho miedo y me sentía muy amenazada de que me pudieran atacar. En la noche, cuando había viento me asustaba mucho y no podía dormir”, detalla, sobre los principales rasgos de su cuadro de estrés post traumático.
“Ahora, ya puedo hablar de eso. No me pongo a llorar y ya no me da pena ni siento culpa, porque la única responsable de todo lo que me pasó soy yo. Si hubiera bajado y no me hubiera resbalado, no habría sucedido nada. Fue un accidente que me ocurrió, pero que no busqué”, relata emocionada.
Actualmente, Nicole está con licencia médica y menciona que ha sido complejo volver a trabajar. Primero retornó por media jornada, luego jornada normal.
Y, como su trabajo es muy estresante e incluye largas jornadas de 12 horas, turnos incluidos, al parecer su regreso fue muy apresurado y le pasó la cuenta. Hoy se lo toma con calma y planea ir retomando su trabajo de a poco.
En este punto, menciona que cuando la gente tiene cáncer se aferra a muchas cosas. Por eso, a algunos de sus pacientes les sirvió su experiencia, pues vieron que los milagros existen y ahora son más creyentes.
Eso la hace sentir muy bien y cree que lo suyo, efectivamente, fue bien milagroso.
“Mi abuelita falleció hace dos años y me aferré harto a ella. Sentía que me estaba cuidando y nunca me sentí sola. Eso también me ayudó mucho. Recé harto y la gente rezó mucho por mí”, relata con la voz entrecortada.
Nicole Ramírez está consciente de que se equivocó, al no haber hecho caso a las recomendaciones de Marco. Lo pagó y muy caro.
Sabe que tiene una nueva oportunidad. Está viva, sana y físicamente salió prácticamente ilesa. No tuvo ninguna fractura y solo una cicatriz en el rostro.
Los traumas, en tanto, los ha ido superando. “Ahora, puedo salir a la calle y estar sola. Siento que voy progresando de a poco; un paso a la vez”, dice con orgullo.
Añade que, más que lamentarse, hoy se enfoca en dar sentido a lo ocurrido en ese sector cordillerano de Puerto Varas.
“Si sobreviví a todo eso, no es para vivir lamentándome por lo que me ocurrió, sino que todo lo contrario. Uno tiene que sacar lo bueno de las experiencias, por qué me pasó, para qué, y qué puedo sacar de esto”, afirma convencida.
Recalca que es feliz de estar sana, no pasar frío, tener un techo, una frazada y comida, “tantas cosas que uno tiene, pero no valora, hasta que se da cuenta que puede perderlas de un momento a otro. Uno siempre se enfoca en lo que no tiene, en lo que le falta”, cuestiona esta sobreviviente.
Y recuerda que cuando el helicóptero tocó tierra en Puerto Montt, estaba en shock y muy feliz. Entendió que ya no se iba a morir, que volvería a ver a su mamá, a su papá, a su familia, volvería a abrazarlos y a decirles que los ama, lo que antes también hacía.
“Fue un momento muy feliz. Cuando uno vive esas experiencias de verdad valoras mucho a las personas que están contigo, porque en cualquier momento uno se puede morir. No sirve de nada llorar por lo que no hiciste. Es mejor hacerlo”, concluye Nicole, con la lección muy bien aprendida.
“Cuando a uno le pasan estas cosas, se da cuenta que uno no está solo, que tiene a su familia, que es la gente que es más importante para ti y siempre van a estar contigo. Eso es muy lindo”, comenta Nicole.
Asimismo, destaca la labor de búsqueda desarrollada por organismos como la Fuerza Aérea de Chile, Carabineros de Peulla y el GOPE, Conaf, Socorro Andino y Onemi, y valora a toda la gente que se preocupó por ella.
Con infinito cariño, agradece a la “familia de Peulla”, que la ayudó muchísimo.
“Tamara Roth, Rudy Roth, don Alberto, dueños del hotel que dieron alojamiento a mi familia y ayudaron en todo. Como toda la gente del sur, muy acogedores y muy buenas personas.. La gente de la junta de vecinos de Petrohue y de Peulla, los trabajadores, guías de Peulla y ex guías de ahí, que fueron quienes me encontraron”, resalta.
Mención aparte para los lancheros de Peulla, quienes trasladaron gratuitamente a sus familiares, suegros y amigos, en un tramo que indica es muy caro, pero imprescindible para acceder a ese hermoso sector.
“Ese es un gesto muy bonito que no he podido agradecer en ninguna parte. No sé cuánta gente pudo haberme ayudado, de manera absolutamente desinteresada, de corazón, con gran empatía y cariño. Todos son muy importantes. Trataron muy bien a mi familia, a mi gente, a mis amigos. Gracias a todos ellos estoy viva”, sentencia una emocionada y radiante Nicole Ramírez.
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