Por Vasti Abarca/ Fotografías: Israel Acevedo
“No me gusta ser famosa ni que el Alerce Milenario sea famoso porque lo van a destruir, prefiero pasar desapercibida”, dice Nancy Henríquez Vivanco mientras una intensa nevazón cae sobre el Parque Nacional Alerce Costero.
Toda su vida ha pasado entre alerces, bosque y montaña. Esa es la principal herencia que recibió de su padre, Aníbal, quien descubrió el Alerce Milenario o Gran Abuelo, como también es conocido.
“Él amaba sus bosques, tenía senderos por todos los lados donde se metía y de repente, dio con el Alerce Milenario, el alerce más grande que había visto", recuerda Nancy y agrega que “pasó harto tiempo” hasta que le comunicó al administrador de Conaf su descubrimiento.
En 1968, Aníbal se convirtió en el primer guardaparques que tuvo el lugar, pero falleció en 1988. Nancy y su familia han mantenido su legado vigente desde entonces y son conocidos como los Guardianes del Alerce Milenario.
“Yo soy feliz viviendo en la montaña, no me hago problema, cuando se va toda la gente quedo tranquila”, dice Nancy con una mirada serena. “Salgo a caminar al bosque y no siento pena, me voy a caminar por el sendero y vuelvo renovada”, agrega mientras sonríe.
La familia Henríquez Vivanco tiene una larga historia entre los alerces y se siente parte de ellos. “Yo he cuidado el bosque toda la vida, a mis hijos los crie aquí”, dice con orgullo.
“Siempre nos hemos opuesto a que vengan a cortar los árboles, hemos tenido que enfrentar a gente que se quieren llevar alerces y pasan escondidos”, relata en conversación con Grupo DiarioSur.
Hace poco, su hijo, el científico Jonathan Barichivich, publicó un artículo en la revista Science que dató la vida del Alerce Milenario en unos 5.400 años, lo que atrajo la mirada nacional e internacional a los bosques que cuida la familia Henríquez Vivanco desde hace décadas.
“Después del artículo de Jonathan se llenó de gente, en esta época no es normal que venga gente y ahora está repleto”, dice Nancy. El parque está ubicado entre las comunas de La Unión y Corral, a unos 60 kilómetros desde Valdivia.
Es un día sábado de mayo, a ratos la nieve cae profusamente, pero los visitantes no paran de llegar. Nancy mira la escena con un poco de temor, debido a que le preocupa el turismo desatado.
“El reportaje salió hasta en Japón, a mi hijo no paran de llamarlo, yo ni contestaría”, se ríe.
Jonathan explica que la publicación fue un llamado de atención desde el mismo Alerce Milenario, relevando su existencia. Asegura que actualmente es la única manera de proteger el árbol ante la llegada del turismo masivo, buscando que se declare Monumento Nacional.
Hasta hace un tiempo, los visitantes se contaban de a cientos, ahora son miles, puntualiza Jonathan.
“Mi abuelo descubrió el árbol, y yo su nieto científico, calculé su edad. Los alerces hablaron por nosotros, somos parte de ellos y le hablaron a la humanidad completa”, dice con énfasis mientras recorre el bosque que lo vio crecer.
“Para mí la fuerza de mi inspiración son los alerces, yo crecí con ellos por eso entiendo la naturaleza, por eso la veo, la siento”, describe Jonathan.
A esta conexión atribuye su aporte desde la ciencia al cuidado del bosque de alerces y sus investigaciones sobre el cambio climático, que lo llevaron a trabajar en Francia.
“Por eso puedo innovar en cosas que otra gente no ha visto, y esa es mi inspiración, haber crecido acá, sentir y poder comunicarme con la naturaleza. Soy hijo de estos bosques”, enfatiza con orgullo.
“Aprendí a caminar aquí”, dice Jonathan, mientras recorre el bosque y pide no pisar las raíces de los alerces, que quedaron expuestas tras miles de huellas de visitantes, lo que va debilitando lentamente a los árboles.
La familia Henríquez Vivanco canta al unísono cuando se trata de proteger a estos centenarios.
“Es la inspiración de mi vida, de mi carrera y también mi deber. Yo soy parte de esto y mi deber es protegerlo, hablarle a la humanidad de que este es un lugar poderoso con el Alerce Milenario que es un bastión del tiempo, un centinela”, asegura.
"Los alerces nos eligieron a nosotros, ellos nos encontraron, no es al revés. Ellos miraron y vieron a todos los humanos que han andado por acá, y mi abuelo se encontró con el Alerce Milenario", sostiene Jonathan con profunda seguridad.
“Nosotros tenemos la visión ancestral del pueblo nación mapuche sobre la tierra. Nosotros sentimos la tierra, sentimos la vida en los árboles, en el bosque y lo protegemos, lo hemos protegido por tres generaciones”, detalla.
La familia Henríquez Vivanco fue reconocida por la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) como mapuche, especialmente Nancy.
“Mi papá nos enseñó a amar todo lo que acá existe”, dice Nori Henríquez, hermana de Nancy.
Tan solo al comenzar a hablar de los recuerdos de su infancia, los ojos de Nori se inundan en profunda emoción.
“Ha sido una vida muy linda, nosotros aquí jugábamos, fuimos nueve hermanos, cómo olvidar las cosas hermosas que pasamos acá en medio de la montaña”, relata mientras la nieve comienza a caer lentamente sobre sus hombros hasta casi perderse en ella.
“Nosotros hacíamos caminos para poder llegar a donde estaba el pozo para poder traer el agua y la leña”, describe. “Toda nuestra juventud estuvo aquí y mi hermana ha permanecido acá”, detalla.
Nori recuerda que el corral que aún se mantiene en pie frente a la casa de Nancy, lo construyó con su papá cuando ella tenía diez años. “Debe tener unos 50 años ese corral”, asegura.
Actualmente y desde hace seis años, la familia Henríquez mantiene una disputa legal sobre el terreno en el que viven desde hace décadas, ubicado frente a la entrada del Parque Nacional Alerce Costero.
La familia vive al otro lado de un camino de ripio que separa su terreno de los suelos que cobijan al Alerce MIlenario, los cuales son parte del parque protegido por la Corporación Nacional Forestal (Conaf), a diferencia del terreno de los Henríquez Vivanco.
El dueño desde 2013 del fundo Raulintal, que colinda con la parcela de los Henríquez, reclama parte de ese territorio como propio, desconociendo los límites que los antiguos propietarios del fundo reconocían, lo que ha desembocado en un difícil proceso legal que aún no concluye.
El conflicto data desde 2016, cuando Nancy inició los trámites de regularización en Bienes Nacionales y se topó con una “oposición preventiva” al saneamiento, interpuesta por Felipe San Martín Schroder, actual notario de la segunda notaría de Puerto Montt y dueño de Raulintal, junto a su asociado José Vistoso Cantillana.
Tras una serie de recursos judiciales que se han presentado desde ambas partes, la familia tiene una orden de desalojo, lo que les ha causado gran pesar, según relatan.
“No quiero ni creerlo, yo pienso que a estas alturas no nos van a desalojar, eso quiero creer yo”, dice Nancy.
A fines de diciembre del año pasado, Nancy, acompañada de sus dos hijos, vivieron un convulso intento de desalojo, que incluyó un gran contingente policial, aunque finalmente no se concretó.
Nancy recuerda ese momento con amargura: estaba dispuesta a rociar un bidón con combustible y quemar su casa, incluso con ella adentro.
“Somos los guardianes de los alerces y si tenemos que morir luchando, lo vamos a hacer”, expresa Jonathan con gran énfasis sobre el profundo arraigo que siente la familia Henríquez Vivanco por estas tierras.
“Mi abuelo nunca fue ambicioso, los otros vecinos regularizaron sus terrenos, pero mi abuelo no”, agrega Jonathan. “Todo este lugar siempre fue de los Henríquez, los vecinos y comunidades cercanas lo saben”, sostiene.
Nancy reafirma que estas tierras la vieron nacer y crecer. “He estado muy triste porque me quieren desalojar, ¿cómo se va adueñar de esto gente que viene de afuera?”, cuestiona.
La familia considera inaceptable la posibilidad de un desalojo. “Es una injusticia tan grande que no se puede tolerar”, reclama Jonathan.
Ante este escenario, Nancy mira la nieve caer y explica que toda su vida ha consistido en proteger estos árboles desde donde la quieren desarraigar.
“Nosotros tenemos derecho a que nuestra hermana viva acá y resguarde estos lugares”, defiende Nori.
En este contexto, actualmente un sobrino de Nancy, Marcelo Delgado Henríquez, continúa con la tradición de guardaparques en el Parque Nacional Alerce Costero, como parte de la tercera generación de la familia que cuida estos árboles centenarios.
Marcelo comenta que sueña con que alguno de sus dos hijos siga con el legado familiar, aunque comprende que cada uno puede tener sus propios sueños.
“Todo esto viene desde hace décadas en nuestra familia, y como símbolo encontré dos alerces en el parque que tienen casi la misma edad de mis hijos. Pensé en qué les puedo dejar cuando yo ya no esté, y creo que esa fue la mejor idea”, relata.
La familia Henríquez Vivanco espera poder continuar cumpliendo con su labor de Guardianes de los Alerces, en tanto esperan que el último recurso legal que presentaron pueda detener la orden de desalojo que los espera.
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