Cada verano, quienes habitan o visitan el sur de Chile deben lidiar con un invitado no deseado: los tábanos, también conocidos como coliguachos y de nombre científico Scaptia Lata.
Estos insectos, propios de la región y parte de la familia Tabanidae, pueden transformar una jornada al aire libre en una experiencia de incomodidad constante debido a su insistente revoloteo y las dolorosas picaduras de las hembras.
Sin embargo, entender su comportamiento y adoptar algunas medidas puede hacer que su presencia sea más llevadera.
El ciclo de vida de los tábanos está estrechamente ligado al clima y al entorno natural del sur de Chile. Sus larvas se desarrollan en áreas húmedas cercanas a ríos, lagos y bosques nativos, un proceso que puede durar uno o dos años. Cuando alcanzan la adultez, emergen a mediados de diciembre, alcanzando su mayor actividad entre finales de ese mes y enero.
Las hembras, en su afán de reproducirse, buscan sangre para obtener las proteínas necesarias para desarrollar sus huevos, mientras que los machos se alimentan de néctar, cumpliendo un importante rol como polinizadores.
Si bien las picaduras son molestas, no representan un riesgo sanitario conocido, ya que no transmiten enfermedades. Sin embargo, su revoloteo constante puede poner a prueba la paciencia de cualquiera.
Más allá de las molestias que generan, los tábanos cumplen funciones importantes en el ecosistema. Además de ser polinizadores, son una fuente vital de alimento para peces, reptiles, arácnidos y aves.
Según el entomólogo Alfredo Ugarte, en entrevista con Radio Bio Bio, el 90% de la población mundial de Scaptia Lata se encuentra en Chile, lo que subraya su relevancia para la biodiversidad local.
Curiosamente, su desaparición suele ser tan abrupta como su llegada. Hacia fines de enero, su actividad decrece rápidamente, un fenómeno que los científicos aún no logran explicar por completo, comentó Ugarte.
En conclusión, el verano en el sur de Chile puede ser una temporada de disfrute al aire libre si tomamos las precauciones necesarias para convivir con los tábanos. Con ropa adecuada, el uso de repelentes y algunas trampas caseras, es posible minimizar su impacto y apreciar el equilibrio que aportan al ecosistema.
“Su ciclo generalmente termina a fines de enero, dependiendo de las condiciones climáticas. Es bien curioso porque en algunos lugares es drástico. Por decirte algo, el 20 de enero puede haber miles y el 21 no hay ninguno más, el por qué no se sabe aún, es como que tienen un reloj biológico determinado. Es impresionante”, complementó.
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